Yo tenía 22 años (da vértigo recordarlo). Venía de una ruptura amorosa y me quedaba sólo una materia para completar mi Licenciatura en Filología Hispánica en la Complutense. En medio del pasillo central de la Facultad, casi olvidado en uno de sus muros, me llamó la atención un anuncio que decía, más o menos lo siguiente: "¿Quieres ser maestro de español para extranjeros? Vente a Granada y haz tus prácticas con nosotros".
Allí me lancé, un mucho por escapar de mi ecatombe emocional y otro poco por empezar a currar. Qué mejor que en Granada. Qué mejor que enseñando español. Desde luego fue una experiencia inolvidable. Trabajé (sobreviví?) un año en el IEG (Instituto Español de Granada), una escuela en lo alto del Albayzín, donde me hice profesor y, supongo, también hombre. Dábamos clases de sol a sol y por la noche la escuela nos animaba a hacer las funciones de guías turísticos y chicos para todo de los alumnos.
Después de esa experiencia me lancé a México para terminar mi tesis del posgrado que cursaba en la Complutense. Fui para cuatro meses, a la Universidad de las Américas-Puebla y casi sin comerlo ni beberlo ya me quedé definitivamente allí. En esa universidad, mientras cursaba una segunda maestría en Lengua y Literatura Hispanoamericana hice las veces de profesor de español, un poco como una especie de teacher assistant. De ahí salté a Cuernavaca donde trabajé para el Tecnológico de Monterrey. Y, como soy bicho inquieto, también trabajé para la Universidad Internacional (UNINTER), una universidad curiosa pues nació precisamente como escuela de español (por ella pasó una parte significativa de la izquierda política estadounidense que necesitaba aprender español para expandir su activismo por el continente). Fue en la UNINTER donde di por primera vez clases de formación de docentes (en una de las pocas Maestrías en ELE de México) y donde también naufragué en mi cargo de Director Adjunto provisional (durante 5 meses) en el departamento de español.
Otros proyectos surgían casi sin buscarlos. Uno muy especial fue la escritura de un relato de ficción que me encargó Edinumen para su colección de Lecturas graduadas. Un género muy curioso, que combina la imaginación de la escritura literaria con la visión docente del profesor de ELE. Así nació "El comienzo del fin del mundo", en el que jugué con el mito del apocalipsis y el rico pasado arqueológico de Cholula. También, para ganarme un dinerillo extra, monté unas clases de español online a través de Skype. Y lo disfruté mucho pues, además de la emoción de jugar a tener tu propio negocio, pude retomar el contacto con antiguas alumnas, estadounidenses todas, que habían pasado por mis aulas. ´Fue en esa época cuando conocí TODOELE y, aunque mi experiencia fue más turística que profunda, la verdad es que me encantó. En poco tiempo aprendí más de ELE que en el Diploma como Experto en la Enseñanza de ELE que cursé a distancia en la Universidad Nebrija de Madrid y que me costó un ojo de la cara (aunque también guardo un bonito recuerdo de esa experiencia, mi primera formación en línea).
Luego la violencia relacionada con el narcotráfico se apoderó de la imagen internacional de México. Tampoco ayudó la paranoia de la gripe aviar. Y el sector cayó. Y decidí reconvertirme en profesor de escritura académica.